Hay “argumentos” en contra de la legalización de la prostitución, que vienen de parte de personas que se definen como feministas, que no me sorprenden nada - ya que siguen la tónica de siempre - y que me gustaría contrarrestar.
Soy una mujer joven, feminista – o así me considero-, pero no me siento identificada en algunas de las maneras e ideas del feminismo que me precede. Agradezco mucho la labor de todas las feministas que han luchado por la igualdad, durante estos años de desigualdades entre hombres y mujeres, pero hay algo en su manera de hacer que creo que ya está obsoleto y que desentona con las nuevas generaciones. Nuevas generaciones que, aunque aún vivimos desigualdades, no estamos, ni por asomo, en la situación de nuestras abuelas o madres, en Europa. Es decir, que me parece que, para conectar con las nuevas generaciones de mujeres, el feminismo debería rebajar la radicalidad de su mensaje, siempre tan crispado, que tenía sentido en el momento de su arranque, pero que ahora encontraría más aliados – incluso masculinos- con otro tono. Y esa crispación, por ejemplo, aflora en su máximo exponente cuando, desde un sector del movimiento feminista, se habla de la prostitución, dando un mensaje contradictorio de libertad de todos los aspectos de la mujer y, a la vez, puritanismo sexual. Un discurso que, de tan reaccionario, no ve sus propias trampas, que son que acaba cayendo en el mismo discurso del patriarcado – aunque digan ir en contra de él -.
Creo, como mujer, que debería ir al grano, intentando evitar enmarañarme en esas trampas del discurso políticamente correcto, y decir, exactamente qué es lo que ocurre con el tema de la prostitución. Qué es lo que realmente molesta a las mujeres de la prostitución. El discurso de generalizar en las pobres mujeres explotadas – que, por supuesto, las hay en algunos casos – no es más que un pretexto para no decir la verdad, por miedo a dar una imagen retrógrada o llena de prejuicios. Pero es así. Todo es consecuencia de lo estético, de pura imagen, pero con capacidad de incidir en lo más profundo de la sociedad. Cuando las mujeres – feministas o no – hablan de este tema, lo hacen con tal ímpetu, con un tono de tocarles lo personal, que sólo se puede buscar el motivo en algo que las puede afectar, de verdad, personalmente. Y este algo es la imagen [la del estereotipo de la prostituta]. Ni los niños muriéndose de hambre en África, ni el tráfico de órganos, ni las guerras, todos ellos temas que por supuesto nos horrorizan, consiguen crear tanta crispación en los debates. Estas mujeres nos molestan porque dan una cierta imagen estereotipada de la mujer, de nosotras.
Hagamos el ejercicio de analizar qué sentimos cuando vemos en TV que tal famosa de papel cuché se sabe que se ha dedicado a la prostitución, entre copitas de champán, glamour, mucho dinero y sábanas de seda. Miente quien se diga a si mismo que le provoca el mismo rechazo que la prostituta de mover el bolso en la esquina y que exhibe con vulgaridad sus nalgas como mercancía. Y no puede provocar lo mismo, porque la imagen que nos llega no es la misma, aunque el fin de su actividad sí sea el mismo. Idéntico sentimiento nos provoca el estereotipo de los anuncios clasificados o de las películas porno. Es decir, la imagen de cosificación absoluta de la mujer que se proyecta públicamente (en la calle, en el cine, los periódicos o la TV). No hablo de la cosificación de prestar algo (el cuerpo) a cambio de dinero – que es la cosificación inevitable de cualquier trabajo -, sino de la cosificación absoluta provocada por una imagen de mujer sin inteligencia, sin ideas, cursi, ridícula o basta; estereotipada, en definitiva (*). De una mujer que, a parte del papel (sexual, en este caso) de ese momento, es incapaz de ser o dar nada más de si misma como persona. Algo que no se insinúa nunca, por supuesto, de una peluquera, actriz o dependienta, por poner ejemplos.
(*) Ejemplos de estereotipificación: ingenuidad (inocente, jovencita, estudiante, juguetona...), ingenuidad inducida por los diminutivos (buen culito, cuerpitos divinamente formados, pechitos pequeñitos y derechitos, mulatita, carita preciosa, gatita golosa...), sumisión (dulce como la miel, cariñosa, sí a todo, sumisa, complaciente, domíname!, átame, soy tuya...), cosificación absoluta imponiendo perfección corporal (cuerpo de muñeca, impresionante, exuberante, bellísima, monísima, pompis gracioso...). Son ejemplos reales extraídos de los clasificados de los periódicos.
No importa lo que estas mujeres hacen en su intimidad con los clientes. Del mismo modo que no importa lo que hago yo en mi casa con mi pareja. Nadie lo ve. A nadie afecta mi intimidad: si me humilla – por consenso, claro -, si le hago la “lluvia dorada” o si ese día acepto el contacto a cambio de una cena. Del mismo modo, no afecta a nadie si una mujer, en su privacidad, acepta dinero a cambio de sexo. Se trata de un intercambio entre dos personas, y nadie debe incidir en ello. Sólo lo público nos afecta y, por ello, puede molestar.
Las mujeres debemos ser conscientes de la realidad de nuestros discursos. La gran estrategia de la sociedad patriarcal ha sido la de “divide al ‘enemigo’ y vencerás”, creando la sociedad de las dos mujeres enfrentadas: la pura (que da por amor) y la puta (que da por dinero). Quien es fiel siempre a su hombre, es pura. Quien va con más de uno y/o encima pide dinero, es puta. Una es buena y la otra es mala. Así de simplista. Pero esta no era más que una técnica para que no escapáramos del nido y así tener exclusividad sobre nosotras. Pero, aún así, nos lo hemos creído, y continuamos marcando los roles, hoy en día, señalando con el dedo a nuestras compañeras y subrayando diferencias de base machista.
Sólo una hipótesis ¿Qué pasaría si, por consenso, a partir de mañana, absolutamente todas las mujeres del mundo cobráramos a cambio de sexo? ¿De verdad alguien cree que esta situación seria desfavorable y denigrante para la mujer…? ¿…que sería una situación de discriminación extrema? Todo lo contrario. En cuatro días, en una sociedad como esta, donde el dinero y el sexo son los reyes, las mujeres ascenderían a las capas más altas de la sociedad – porque, insisto, el dinero manda -, ocupando sitios de poder, tanto en el mundo laboral, político y social. Y esto ocurriría porque el hecho en sí de pagar a alguien por sexo no es un acto de discriminación. Lo que lo es realmente es tratar a alguien como inferior o “diferente”, excluyéndolo de la normalidad social. Y esto es lo que estamos haciendo todos, hombres y mujeres, con las prostitutas. Pero lo grave es que las propias mujeres continuemos cayendo en la trampa de la división, creada por el patriarcado.
Mientras sacralicemos algo tan natural como nuestro sexo, no saldremos de este enredo. Continuaremos creyendo que es algo “vergonzoso” que sólo podemos dar por amor o por generosidad. Cuando, en realidad, podemos hacer con ello lo que nos plazca. Es retrógrado ser criminalizado por usar tu sexualidad del modo que consideres. Entre esto y la lapidación por adulterio de las sociedades ultra machistas no hay, en realidad, tanta distancia. En ellas, la sociedad y la ley deciden qué puede hacer o no una mujer con su cuerpo, al ser algo que se considera exclusivo para el goce del hombre merecido.
También es muy importante que empecemos a diferenciar en serio sobre lo que es Esclavitud y lo que es Prostitución, porque creamos unos líos horrorosos usando la misma palabra (prostitución) para diferentes realidades. Realidades que comparten puntos en la forma, pero no en la esencia. Si queremos llamar “prostitución” a la “esclavitud sexual”, entonces deberíamos cambiar la palabra para definir la prostitución voluntaria – por si hay dudas, yo me estoy refiriendo siempre a la voluntaria, en los argumentos a favor -. Porque algo obligado no puede ser lo mismo que algo opcional (por dura que sea la vida de quien elige la opción). Uno de los grandes enredos está con lo llamado “prostitución infantil”. Los niños, en Occidente, ni tienen libertad sexual para elegir ir con adultos, ni pueden formar parte del mercado laboral. Por tanto, en todo caso, estaremos refiriéndonos, bien expresado, a “esclavitud” o “abuso” sexual. No a prostitución. Y supongo que nadie defiende la esclavitud, sea de niños o adultos/as. Supongo que nadie en su sano juicio esta a favor de las mafias y los proxenetas.
La idea de plantear a la prostituta siempre como víctima, haya elegido o no voluntariamente su actividad, con el argumento de que las duras condiciones sociales las obligan, de algún modo, a tomar la decisión “incorrecta”, es otro de los argumentos hipócritas para esconder el rechazo que nos produce cierta imagen estereotipada de la prostitución. Igual de víctima es la que se pasa el día limpiando WC públicos que la que se prostituye para ganar dinero más rápido y regresar a su país con bonanza económica (que son muchísimas). A mí, personalmente, me parece incluso más víctima la que, por una dura situación social, acaba limpiando WC públicos. Concretamente, es uno de los trabajos que más me repelería tener que hacer –muchísimo más que prostituirme -, y no por ello señalo con el dedo a las mujeres que lo hacen, sino todo lo contrario: valoro su labor, porque a mí me resultaría duro. Con ello quiero decir que nadie es nadie para decirle a otro qué opción es correcta, moral, buena para su psique, digna, etc. Esto es elección de cada uno. La prostituta, si quisiera, podría limpiar WC públicos. Si no lo hace, es porque considera, por los motivos personales que sean, que no le interesa la opción. Y nadie tiene derecho a cuestionar sus decisiones personales.
Y hablamos de decisiones, por lo tanto, de “libertad” (la que te da la sociedad, siempre limitada por su dureza). Sin embargo, sólo se habla de las mafias que esclavizan sexualmente, para hablar de prostitución, porque de ello sí hay datos y parece que es todo lo que hay. ¿Cómo va a haber datos de prostitución (voluntaria), si ésta está en la alegalidad...? La gran mayoría de las prostitutas extranjeras que no están en redes de prostitución (“esclavitud sexual”, perdón) vienen a Occidente (como demuestran los estudios que se han molestado en hacer un seguimiento de estas personas) por el efecto llamada de sus compañeras que están aquí dedicándose a ello, para ganar dinero rápido que les permitirá vivir holgadamente en sus países de origen. Con ello no niego que haya mafias dedicadas a la “esclavitud sexual”. Las hay, y debe lucharse contra ello, por supuesto, ya que la esclavitud y el secuestro son intolerables e ilegales.
Otro argumento hipócrita victimizando a la prostituta es la supuesta “destrucción de su persona”, por cobrar a cambio de sexo o por mantener relaciones con varios hombres. Esto no es más que una construcción moral, insisto, herencia del machismo. No es esto lo que destruye a estas personas. Es el vacío social, el aislamiento que encuentran en su entorno, y que les provocamos los que, creyéndonos más dignos, las discriminamos con nuestros tabúes. Esto hace que se vuelquen en relaciones tormentosas con proxenetas y/o maltratadotes, que acaban siendo su único mundo, a parte de sus compañeras. Con nadie más pueden compartir su mundo, para no ser señaladas. El miedo al rechazo hace que ellas mismas se rechacen primero. Por eso (más allá del nivel cultural), tenemos esa imagen de la prostituta que habla con descaro, agresividad o bastedad. No es más que una reacción lógica de defensa, ante el mundo que la aísla y le hace daño. El tabú y la falsa moral es lo que de verdad las destruye como personas. Es como un mobbing social y general hacia ellas. Y esto es lo que realmente debería cambiar, si tanto nos importan estas mujeres.
Sobre los ejemplos de prostitución Holanda-Suecia, también hay puntos a debatir. No conozco el caso de Holanda, pero si es, como se comenta, el olimpo de las mafias, me pregunto a qué se dedican los Cuerpos de Seguridad y la Justicia en ese país, ya que dudo mucho que en la legalización entre la esclavitud, el secuestro, el maltrato, la extorsión o todo lo que entiendo que se dedica a hacer la mafia. Legalizar la prostitución no tienen que implicar no perseguir el proxenetismo y cualquier delito. La legalización no debería ser una legalización sin más, abandonando el tema después, para que evolucione a sus anchas. El objetivo real de la legalización debe ser facilitar la detección de los abusos (ya que afloran más fácilmente las denuncias), blanquear el dinero negro que se mueve (es decir, mayor control de la actividad) y asegurar la autonomía de las mujeres que se dedican a ello. Y, si fuera verdad que esto no ocurre en Holanda, es evidente que estaríamos ante un caso de dejadez del Estado frente al tema.
Referente a poner como ejemplo el caso abolicionista de Suecia, porque, se dice, ha reducido las mafias y la prostitución, no me sirve. Para empezar, por las enormes diferencias en densidad demográfica (Holanda tiene 16 millones de habitantes, Suecia sólo 9 millones) y, después, por la diferente realidad social de los dos países. Sin duda, los flujos migratorios, de turismo y de negocios no es el mismo en un país y en el otro. Holanda recibe, por lógica, mucho más de todo ello, además de tener mayor concentración de la población en los núcleos urbanos, por algo tan evidente como es el tamaño del territorio. Suecia, a pesar de tener muchísima más extensión de territorio, tiene casi la mitad de número de habitantes que Holanda. Todo ello convierte a Suecia en un estilo de sociedad poco apetitosa para las mafias. Con ello quiero decir que es posible que, con la abolición, sus pocas mafias se hayan desplazado a los países donde es más propicia la actividad de la prostitución - por el estilo de vida y la concentración de población -, sin más problemas, ya que Suecia no es un territorio “apetitoso”. Pero dudo mucho que la prohibición de la prostitución hiciera que las mafias se fueran de los países “apetitosos”. El tráfico de armas está prohibido en todas partes, y no por ello ha desaparecido. Pero, sin duda, si el tráfico de armas fuera alegal, la situación sería mucho peor, por descontrol. Por otro lado, Estados Unidos es un ejemplo de abolicionismo donde las mafias y la prostitución continúan estando (ejemplo de país “apetitoso”). La clave, en conclusión, está en la persecución, con más ahínco, de las mafias, y no en la abolición. No debe prohibirse algo, atentando a la libertad y a los derechos, sólo para asegurar que no ocurrirá algo indeseado. Por esta regla de tres, deberíamos prohibir los transplantes, para acabar con el tráfico de órganos. O deberíamos prohibir, también, que hombres y mujeres se divorciaran, para evitar que algunos (muchos) maridos machistas mataran a sus ex, por no aceptar la separación.
No estoy de acuerdo con la abolición de Suecia, por su mensaje contradictorio con la libertad sexual y el mensaje sacralizador del sexo, que siempre ha perseguido y sufrido la mujer. Pero tampoco me convence el modelo holandés, porque continúa alimentando, e incluso reforzando, el estereotipo machista de la mujer, con sus conocidos escaparates del “barrio rojo”. Holanda continua alimentando la imagen de “cosificación absoluta” de la mujer. Creo que el tema de la prostitución necesita un revisionismo integral, centrado en el tema de la imagen pública. Si hoy en día se retiran anuncios por crear estereotipos de razas y sexos (sujetos desfavorecidos socialmente) –algo que defiendo firmemente, aunque sé que puede chocar con la libertad de expresión –, también se puede – y debe – meter mano en los mensajes sexuales que implican a la mujer, en los Medios de Comunicación, quienes tienen una responsabilidad social (ej. anuncios, pornografía, etc.). Si no es necesario ser escatológico para vender un laxante, tampoco debe serlo para ofrecer este tipo de servicios ligados a lo más íntimo. Por otro lado, estoy en contra de la prostitución en la calle, ya que ningún negocio, sea de lo que sea, se puede plantar en medio de la calle.
Es necesario un cambio revulsivo de conceptos, en el tema de la prostitución. Debe haber una palabra para designar cada realidad, sin meter en el mismo saco lo voluntario, la esclavitud, o los abusos infantiles, para tratar el tema – mejor dicho, LOS temas -. Y, por otro lado, debe incidirse en el tema de la imagen estereotipada - lanzada sobre todo desde los medios de comunicación - y de la responsabilidad social de quienes crean imagen. Porque esto es lo que realmente afecta a la Mujer. Esto y no las decisiones voluntarias de cada uno. Desde el momento que el Estado dice qué puede hacer o no una mujer con su cuerpo, voluntariamente, esta mujer pierde libertad. Y si pierde libertad, sobre todo en el tema sexual – la gran cruz y estigma de la Mujer, durante toda la Historia – se está enviando un mensaje de retroceso. Porque, si no se puede decidir sobre ello, será porque se sobrevalora su sexualidad. Y lo necesario es tratarla con naturalidad y no con sobrevaloración. Ésta será la gran clave del Feminismo, el gran triunfo. Si se logra esto, dejarán de existir las mujeres puras y las mujeres putas. Dejaremos de señalarnos con el dedo entre nosotras. Y si ellos quieren continuar remarcando diferencias, poco va a durar, sin nuestra complicidad. La complicidad, entonces, será entre nosotras, y podremos vencer esta lacra arrastrada durante toda la Historia.
alletsacap@gmail.com
Soy una mujer joven, feminista – o así me considero-, pero no me siento identificada en algunas de las maneras e ideas del feminismo que me precede. Agradezco mucho la labor de todas las feministas que han luchado por la igualdad, durante estos años de desigualdades entre hombres y mujeres, pero hay algo en su manera de hacer que creo que ya está obsoleto y que desentona con las nuevas generaciones. Nuevas generaciones que, aunque aún vivimos desigualdades, no estamos, ni por asomo, en la situación de nuestras abuelas o madres, en Europa. Es decir, que me parece que, para conectar con las nuevas generaciones de mujeres, el feminismo debería rebajar la radicalidad de su mensaje, siempre tan crispado, que tenía sentido en el momento de su arranque, pero que ahora encontraría más aliados – incluso masculinos- con otro tono. Y esa crispación, por ejemplo, aflora en su máximo exponente cuando, desde un sector del movimiento feminista, se habla de la prostitución, dando un mensaje contradictorio de libertad de todos los aspectos de la mujer y, a la vez, puritanismo sexual. Un discurso que, de tan reaccionario, no ve sus propias trampas, que son que acaba cayendo en el mismo discurso del patriarcado – aunque digan ir en contra de él -.
Creo, como mujer, que debería ir al grano, intentando evitar enmarañarme en esas trampas del discurso políticamente correcto, y decir, exactamente qué es lo que ocurre con el tema de la prostitución. Qué es lo que realmente molesta a las mujeres de la prostitución. El discurso de generalizar en las pobres mujeres explotadas – que, por supuesto, las hay en algunos casos – no es más que un pretexto para no decir la verdad, por miedo a dar una imagen retrógrada o llena de prejuicios. Pero es así. Todo es consecuencia de lo estético, de pura imagen, pero con capacidad de incidir en lo más profundo de la sociedad. Cuando las mujeres – feministas o no – hablan de este tema, lo hacen con tal ímpetu, con un tono de tocarles lo personal, que sólo se puede buscar el motivo en algo que las puede afectar, de verdad, personalmente. Y este algo es la imagen [la del estereotipo de la prostituta]. Ni los niños muriéndose de hambre en África, ni el tráfico de órganos, ni las guerras, todos ellos temas que por supuesto nos horrorizan, consiguen crear tanta crispación en los debates. Estas mujeres nos molestan porque dan una cierta imagen estereotipada de la mujer, de nosotras.
Hagamos el ejercicio de analizar qué sentimos cuando vemos en TV que tal famosa de papel cuché se sabe que se ha dedicado a la prostitución, entre copitas de champán, glamour, mucho dinero y sábanas de seda. Miente quien se diga a si mismo que le provoca el mismo rechazo que la prostituta de mover el bolso en la esquina y que exhibe con vulgaridad sus nalgas como mercancía. Y no puede provocar lo mismo, porque la imagen que nos llega no es la misma, aunque el fin de su actividad sí sea el mismo. Idéntico sentimiento nos provoca el estereotipo de los anuncios clasificados o de las películas porno. Es decir, la imagen de cosificación absoluta de la mujer que se proyecta públicamente (en la calle, en el cine, los periódicos o la TV). No hablo de la cosificación de prestar algo (el cuerpo) a cambio de dinero – que es la cosificación inevitable de cualquier trabajo -, sino de la cosificación absoluta provocada por una imagen de mujer sin inteligencia, sin ideas, cursi, ridícula o basta; estereotipada, en definitiva (*). De una mujer que, a parte del papel (sexual, en este caso) de ese momento, es incapaz de ser o dar nada más de si misma como persona. Algo que no se insinúa nunca, por supuesto, de una peluquera, actriz o dependienta, por poner ejemplos.
(*) Ejemplos de estereotipificación: ingenuidad (inocente, jovencita, estudiante, juguetona...), ingenuidad inducida por los diminutivos (buen culito, cuerpitos divinamente formados, pechitos pequeñitos y derechitos, mulatita, carita preciosa, gatita golosa...), sumisión (dulce como la miel, cariñosa, sí a todo, sumisa, complaciente, domíname!, átame, soy tuya...), cosificación absoluta imponiendo perfección corporal (cuerpo de muñeca, impresionante, exuberante, bellísima, monísima, pompis gracioso...). Son ejemplos reales extraídos de los clasificados de los periódicos.
No importa lo que estas mujeres hacen en su intimidad con los clientes. Del mismo modo que no importa lo que hago yo en mi casa con mi pareja. Nadie lo ve. A nadie afecta mi intimidad: si me humilla – por consenso, claro -, si le hago la “lluvia dorada” o si ese día acepto el contacto a cambio de una cena. Del mismo modo, no afecta a nadie si una mujer, en su privacidad, acepta dinero a cambio de sexo. Se trata de un intercambio entre dos personas, y nadie debe incidir en ello. Sólo lo público nos afecta y, por ello, puede molestar.
Las mujeres debemos ser conscientes de la realidad de nuestros discursos. La gran estrategia de la sociedad patriarcal ha sido la de “divide al ‘enemigo’ y vencerás”, creando la sociedad de las dos mujeres enfrentadas: la pura (que da por amor) y la puta (que da por dinero). Quien es fiel siempre a su hombre, es pura. Quien va con más de uno y/o encima pide dinero, es puta. Una es buena y la otra es mala. Así de simplista. Pero esta no era más que una técnica para que no escapáramos del nido y así tener exclusividad sobre nosotras. Pero, aún así, nos lo hemos creído, y continuamos marcando los roles, hoy en día, señalando con el dedo a nuestras compañeras y subrayando diferencias de base machista.
Sólo una hipótesis ¿Qué pasaría si, por consenso, a partir de mañana, absolutamente todas las mujeres del mundo cobráramos a cambio de sexo? ¿De verdad alguien cree que esta situación seria desfavorable y denigrante para la mujer…? ¿…que sería una situación de discriminación extrema? Todo lo contrario. En cuatro días, en una sociedad como esta, donde el dinero y el sexo son los reyes, las mujeres ascenderían a las capas más altas de la sociedad – porque, insisto, el dinero manda -, ocupando sitios de poder, tanto en el mundo laboral, político y social. Y esto ocurriría porque el hecho en sí de pagar a alguien por sexo no es un acto de discriminación. Lo que lo es realmente es tratar a alguien como inferior o “diferente”, excluyéndolo de la normalidad social. Y esto es lo que estamos haciendo todos, hombres y mujeres, con las prostitutas. Pero lo grave es que las propias mujeres continuemos cayendo en la trampa de la división, creada por el patriarcado.
Mientras sacralicemos algo tan natural como nuestro sexo, no saldremos de este enredo. Continuaremos creyendo que es algo “vergonzoso” que sólo podemos dar por amor o por generosidad. Cuando, en realidad, podemos hacer con ello lo que nos plazca. Es retrógrado ser criminalizado por usar tu sexualidad del modo que consideres. Entre esto y la lapidación por adulterio de las sociedades ultra machistas no hay, en realidad, tanta distancia. En ellas, la sociedad y la ley deciden qué puede hacer o no una mujer con su cuerpo, al ser algo que se considera exclusivo para el goce del hombre merecido.
También es muy importante que empecemos a diferenciar en serio sobre lo que es Esclavitud y lo que es Prostitución, porque creamos unos líos horrorosos usando la misma palabra (prostitución) para diferentes realidades. Realidades que comparten puntos en la forma, pero no en la esencia. Si queremos llamar “prostitución” a la “esclavitud sexual”, entonces deberíamos cambiar la palabra para definir la prostitución voluntaria – por si hay dudas, yo me estoy refiriendo siempre a la voluntaria, en los argumentos a favor -. Porque algo obligado no puede ser lo mismo que algo opcional (por dura que sea la vida de quien elige la opción). Uno de los grandes enredos está con lo llamado “prostitución infantil”. Los niños, en Occidente, ni tienen libertad sexual para elegir ir con adultos, ni pueden formar parte del mercado laboral. Por tanto, en todo caso, estaremos refiriéndonos, bien expresado, a “esclavitud” o “abuso” sexual. No a prostitución. Y supongo que nadie defiende la esclavitud, sea de niños o adultos/as. Supongo que nadie en su sano juicio esta a favor de las mafias y los proxenetas.
La idea de plantear a la prostituta siempre como víctima, haya elegido o no voluntariamente su actividad, con el argumento de que las duras condiciones sociales las obligan, de algún modo, a tomar la decisión “incorrecta”, es otro de los argumentos hipócritas para esconder el rechazo que nos produce cierta imagen estereotipada de la prostitución. Igual de víctima es la que se pasa el día limpiando WC públicos que la que se prostituye para ganar dinero más rápido y regresar a su país con bonanza económica (que son muchísimas). A mí, personalmente, me parece incluso más víctima la que, por una dura situación social, acaba limpiando WC públicos. Concretamente, es uno de los trabajos que más me repelería tener que hacer –muchísimo más que prostituirme -, y no por ello señalo con el dedo a las mujeres que lo hacen, sino todo lo contrario: valoro su labor, porque a mí me resultaría duro. Con ello quiero decir que nadie es nadie para decirle a otro qué opción es correcta, moral, buena para su psique, digna, etc. Esto es elección de cada uno. La prostituta, si quisiera, podría limpiar WC públicos. Si no lo hace, es porque considera, por los motivos personales que sean, que no le interesa la opción. Y nadie tiene derecho a cuestionar sus decisiones personales.
Y hablamos de decisiones, por lo tanto, de “libertad” (la que te da la sociedad, siempre limitada por su dureza). Sin embargo, sólo se habla de las mafias que esclavizan sexualmente, para hablar de prostitución, porque de ello sí hay datos y parece que es todo lo que hay. ¿Cómo va a haber datos de prostitución (voluntaria), si ésta está en la alegalidad...? La gran mayoría de las prostitutas extranjeras que no están en redes de prostitución (“esclavitud sexual”, perdón) vienen a Occidente (como demuestran los estudios que se han molestado en hacer un seguimiento de estas personas) por el efecto llamada de sus compañeras que están aquí dedicándose a ello, para ganar dinero rápido que les permitirá vivir holgadamente en sus países de origen. Con ello no niego que haya mafias dedicadas a la “esclavitud sexual”. Las hay, y debe lucharse contra ello, por supuesto, ya que la esclavitud y el secuestro son intolerables e ilegales.
Otro argumento hipócrita victimizando a la prostituta es la supuesta “destrucción de su persona”, por cobrar a cambio de sexo o por mantener relaciones con varios hombres. Esto no es más que una construcción moral, insisto, herencia del machismo. No es esto lo que destruye a estas personas. Es el vacío social, el aislamiento que encuentran en su entorno, y que les provocamos los que, creyéndonos más dignos, las discriminamos con nuestros tabúes. Esto hace que se vuelquen en relaciones tormentosas con proxenetas y/o maltratadotes, que acaban siendo su único mundo, a parte de sus compañeras. Con nadie más pueden compartir su mundo, para no ser señaladas. El miedo al rechazo hace que ellas mismas se rechacen primero. Por eso (más allá del nivel cultural), tenemos esa imagen de la prostituta que habla con descaro, agresividad o bastedad. No es más que una reacción lógica de defensa, ante el mundo que la aísla y le hace daño. El tabú y la falsa moral es lo que de verdad las destruye como personas. Es como un mobbing social y general hacia ellas. Y esto es lo que realmente debería cambiar, si tanto nos importan estas mujeres.
Sobre los ejemplos de prostitución Holanda-Suecia, también hay puntos a debatir. No conozco el caso de Holanda, pero si es, como se comenta, el olimpo de las mafias, me pregunto a qué se dedican los Cuerpos de Seguridad y la Justicia en ese país, ya que dudo mucho que en la legalización entre la esclavitud, el secuestro, el maltrato, la extorsión o todo lo que entiendo que se dedica a hacer la mafia. Legalizar la prostitución no tienen que implicar no perseguir el proxenetismo y cualquier delito. La legalización no debería ser una legalización sin más, abandonando el tema después, para que evolucione a sus anchas. El objetivo real de la legalización debe ser facilitar la detección de los abusos (ya que afloran más fácilmente las denuncias), blanquear el dinero negro que se mueve (es decir, mayor control de la actividad) y asegurar la autonomía de las mujeres que se dedican a ello. Y, si fuera verdad que esto no ocurre en Holanda, es evidente que estaríamos ante un caso de dejadez del Estado frente al tema.
Referente a poner como ejemplo el caso abolicionista de Suecia, porque, se dice, ha reducido las mafias y la prostitución, no me sirve. Para empezar, por las enormes diferencias en densidad demográfica (Holanda tiene 16 millones de habitantes, Suecia sólo 9 millones) y, después, por la diferente realidad social de los dos países. Sin duda, los flujos migratorios, de turismo y de negocios no es el mismo en un país y en el otro. Holanda recibe, por lógica, mucho más de todo ello, además de tener mayor concentración de la población en los núcleos urbanos, por algo tan evidente como es el tamaño del territorio. Suecia, a pesar de tener muchísima más extensión de territorio, tiene casi la mitad de número de habitantes que Holanda. Todo ello convierte a Suecia en un estilo de sociedad poco apetitosa para las mafias. Con ello quiero decir que es posible que, con la abolición, sus pocas mafias se hayan desplazado a los países donde es más propicia la actividad de la prostitución - por el estilo de vida y la concentración de población -, sin más problemas, ya que Suecia no es un territorio “apetitoso”. Pero dudo mucho que la prohibición de la prostitución hiciera que las mafias se fueran de los países “apetitosos”. El tráfico de armas está prohibido en todas partes, y no por ello ha desaparecido. Pero, sin duda, si el tráfico de armas fuera alegal, la situación sería mucho peor, por descontrol. Por otro lado, Estados Unidos es un ejemplo de abolicionismo donde las mafias y la prostitución continúan estando (ejemplo de país “apetitoso”). La clave, en conclusión, está en la persecución, con más ahínco, de las mafias, y no en la abolición. No debe prohibirse algo, atentando a la libertad y a los derechos, sólo para asegurar que no ocurrirá algo indeseado. Por esta regla de tres, deberíamos prohibir los transplantes, para acabar con el tráfico de órganos. O deberíamos prohibir, también, que hombres y mujeres se divorciaran, para evitar que algunos (muchos) maridos machistas mataran a sus ex, por no aceptar la separación.
No estoy de acuerdo con la abolición de Suecia, por su mensaje contradictorio con la libertad sexual y el mensaje sacralizador del sexo, que siempre ha perseguido y sufrido la mujer. Pero tampoco me convence el modelo holandés, porque continúa alimentando, e incluso reforzando, el estereotipo machista de la mujer, con sus conocidos escaparates del “barrio rojo”. Holanda continua alimentando la imagen de “cosificación absoluta” de la mujer. Creo que el tema de la prostitución necesita un revisionismo integral, centrado en el tema de la imagen pública. Si hoy en día se retiran anuncios por crear estereotipos de razas y sexos (sujetos desfavorecidos socialmente) –algo que defiendo firmemente, aunque sé que puede chocar con la libertad de expresión –, también se puede – y debe – meter mano en los mensajes sexuales que implican a la mujer, en los Medios de Comunicación, quienes tienen una responsabilidad social (ej. anuncios, pornografía, etc.). Si no es necesario ser escatológico para vender un laxante, tampoco debe serlo para ofrecer este tipo de servicios ligados a lo más íntimo. Por otro lado, estoy en contra de la prostitución en la calle, ya que ningún negocio, sea de lo que sea, se puede plantar en medio de la calle.
Es necesario un cambio revulsivo de conceptos, en el tema de la prostitución. Debe haber una palabra para designar cada realidad, sin meter en el mismo saco lo voluntario, la esclavitud, o los abusos infantiles, para tratar el tema – mejor dicho, LOS temas -. Y, por otro lado, debe incidirse en el tema de la imagen estereotipada - lanzada sobre todo desde los medios de comunicación - y de la responsabilidad social de quienes crean imagen. Porque esto es lo que realmente afecta a la Mujer. Esto y no las decisiones voluntarias de cada uno. Desde el momento que el Estado dice qué puede hacer o no una mujer con su cuerpo, voluntariamente, esta mujer pierde libertad. Y si pierde libertad, sobre todo en el tema sexual – la gran cruz y estigma de la Mujer, durante toda la Historia – se está enviando un mensaje de retroceso. Porque, si no se puede decidir sobre ello, será porque se sobrevalora su sexualidad. Y lo necesario es tratarla con naturalidad y no con sobrevaloración. Ésta será la gran clave del Feminismo, el gran triunfo. Si se logra esto, dejarán de existir las mujeres puras y las mujeres putas. Dejaremos de señalarnos con el dedo entre nosotras. Y si ellos quieren continuar remarcando diferencias, poco va a durar, sin nuestra complicidad. La complicidad, entonces, será entre nosotras, y podremos vencer esta lacra arrastrada durante toda la Historia.
alletsacap@gmail.com